Saturday, November 5, 2016

EN ESPANOL: ANTI-ENSEÑANZA: CONFRONTANDO LA CRISIS DEL SENTIDO

http://www.diegoleal.org/docs/2008/Wesch(2008)-Antiensenanza.pdf

El problema más significativo con la educación actual es, en sí mismo, el problema de su sentido. Los estudiantes –nuestros críticos más importantes’ están luchando para encontrar sentido y significado en su educación. Yo enseño en una universidad pública grande en Estados Unidos (Kansas State University), y veo el problema del sentido a mi alrededor. El semestre anterior invité a mis estudiantes a decirle al mundo qué pensaban de su educación, ayudándome a escribir un guión para un video que sería publicado en YouTube. Como parte del ejercicio, creamos una encuesta que medía la participación y compromiso de los estudiantes en varias actividades de aprendizaje. En promedio, nuestra muestra de 131 estudiantes reportó leer menos de la mitad de las lecturas que les eran asignadas, y además percibían que sólo el 26 por ciento de ellas eran relevantes para sus vidas. Otros señalaban que a menudo compraban libros de texto de cien dólares que nunca eran abiertos y que pagaban por clases a las que nunca asistían. El video, “Una visión de los estudiantes de hoy”, fue visto más de un millón de veces en su primer mes y fue el video más reseñado en blogs durante varias semanas, generando miles de comentarios. Con raras excepciones, educadores de todo el mundo expresaron la triste sensación de profunda identificación con esa escena. 

Los signos del problema del sentido se extienden más allá de las escenas del salón de clase que fueron capturadas en el video, y permean nuestras conversaciones diarias en formas que muchos de nosotros no reconocemos. Considere el lamento frecuentemente escuchado, “algunos estudiantes no están hechos para la escuela”, frase que pasa sin cuestionamiento o siquiera un asomo de protesta. No obstante, piense en lo que esta frase dice cuando reemplazamos “escuela” con aquello de lo que la escuela debería tratarse: “aprendizaje”. ¿Algunos estudiantes no están hechos para el aprendizaje? Nadie se atrevería a realizar tal afirmación. El aprendizaje es el sello de la humanidad. Todos estamos hechos para el aprendizaje. Es lo que nos hace humanos. Si nuestros estudiantes “no están hechos para la escuela”, tal vez hemos hecho el molde demasiado estrecho o inflexible, o más probablemente, no lo bastante significativo para inspirar a un estudiante a que encaje en él. Ese es el problema del sentido. 

Si usted quiere ver el problema del sentido de primera mano, visite un salón de clase y preste atención al tipo de preguntas que realizan los estudiantes. Las buenas preguntas son la fuerza motriz del pensamiento crítico y creativo y, en consecuencia, uno de los mejores indicadores del aprendizaje significativo. Las buenas preguntas son aquellas que obligan a los estudiantes a desafiar las presunciones que dan por sentado, y a ver sus propios sesgos subyacentes. A menudo la respuesta a una buena pregunta es irrelevante – la pregunta es iluminadora en sí misma. La única respuesta a las mejores preguntas es otra buena pregunta. Y así, las mejores preguntas llevan a los estudiantes a búsquedas ricas y significativas a lo largo de la vida, pregunta tras pregunta tras 
pregunta. 

HE JUGADO CON LA IDEA DE LLAMAR A LO QUE HAGO “ANTIENSEÑANZA”, PUES HE LLEGADO A LA CONCLUSION QUE LA “ENSEÑANZA” PUEDE EN REALIDAD SER UN OBSTACULO PARA EL APRENDIZAJE 

Desafortunadamente, tales grandes preguntas son raramente hechas por los estudiantes en un sistema educativo que enfrenta una crisis de sentido. Son mucho más comunes las preguntas administrativas: “Qué tan largo debe ser este ensayo?” “Es la asistencia obligatoria?”. O la peor (y más común) de todas: “Qué necesitamos saber para este examen?” Tales preguntas reflejan el hecho que para muchos (estudiantes y profesores a la vez), la educación se ha convertido en un juego de calificaciones relativamente sin sentido, en lugar de una exploración importante y significativa del mundo en el cual vivimos y co-creamos. 

Al contrario de muchos de mis pares docentes, no culpo a los estudiantes por hacer este tipo de preguntas. Como profesores hemos creado y seguimos manteniendo un sistema educativo que inevitablemente las produce. Si aceptamos la noción de John Dewey que las personas aprenden lo que E hacen, la clase magistral, la cual es el pilar de la enseñanza (en especial en cursos introductorios grandes) le enseña a los estudiantes a sentarse en filas ordenadas y a respetar, creer, y obedecer a la autoridad (el profesor). Los exámenes a menudo miden poco más que cuán bien los estudiantes pueden recitar lo que se les ha dicho. Con la esperanza de memorizar apenas lo necesario para aprobar el examen, hacen la pregunta que nunca quiero escuchar – la excepción final a la regla de “no existe tal cosa como una mala pregunta”. Frustrado con esta pregunta, y con la esperanza de conseguir que mis estudiantes hicieran unas mejores, decidí trabajar en la creación de un ambiente de aprendizaje que llevara a producir el tipo de preguntas que crean aprendices a lo largo de la vida, en lugar de expertos en resolver exámenes. 

Desde que me dediqué a esta tarea, me he encontrado haciendo algunas cosas extrañas en el salón de clase. De hecho, mi salón de clase ha empezado a verse menos y menos como un salón de clase; mi enseñanza, menos y menos como enseñanza. He jugado con la idea de llamar a lo que hago “anti-enseñanza”, pues he llegado a la conclusión que la “enseñanza” puede ser en realidad un obstáculo para el aprendizaje, en especial cuando se asume que el aprendizaje la requiere. Como muchos de nosotros sabemos a partir de nuestra propia experiencia, el mejor aprendizaje siempre ocurre con la ausencia de un profesor, pues entonces los aprendices son libres de seguir con gran pasión las preguntas que son significativas y relevantes para sus propias vidas. Enfocarse en la calidad del aprendizaje, en lugar de la calidad de la enseñanza, transforma en su totalidad la agenda educativa. En cuanto a mí, progresivamente me he enfocado menos en simplemente tratar de transmitir buena información y más en inspirar buenas preguntas. Me sorprende que todo el aprendizaje empieza con una buena pregunta, y que si finalmente estamos tratando de crear “aprendices activos a lo largo de la vida” con “habilidades de pensamiento crítico” y una habilidad para “pensar fuera de la caja”1 , puede ser mejor empezar por lograr que los estudiantes hagan mejores preguntas. 

Desafortunadamente, no sabía por dónde empezar. He leído y escuchado bastantes consejos respecto a cómo hacer buenas preguntas a los estudiantes –no retóricas, abiertas, etc.- pero nadie me ha dicho nunca nada sobre cómo lograr que los estudiantes planteen buenas preguntas. Por fortuna, poco después de tomar este rumbo encontré un libro que parecía resonar con mi filosofía, Enseñanza como una actividad subversiva de Neil Postman y Charles Weingartner. 

 1 “Think outside the box”, es una expresión inglesa que se refiere al  pensamiento creativo, a pensar problemas y soluciones desde  perspectivas no convencionales. N.del.T 


A partir del famoso aforismo de Marshall McLuhan “el medio es el mensaje”, Postman y Weingartner argumentan que el ambiente (o medio) de aprendizaje es más importante que el contenido (el mensaje), y que en consecuencia los profesores deberían empezar a prestar más atención al ambiente de aprendizaje que ayudan a crear. El énfasis está en “administrar” este ambiente, en lugar de simplemente transmitir información. Esta no es, en modo alguno, una forma de librarse de la enseñanza “real”. De hecho, acercarse a una clase de casi 500 personas como un “administrador” es una tarea tremenda. Sería mucho más fácil seguir simplemente la tradición y realizar una clase magistral estándar. Pero mientras el número de estudiantes es en sí mismo una carga, tiene también un gran potencial. Piense en el conocimiento y experiencia de vida en ese único salón, ¡si tan sólo pudiera encontrarse una manera de aprovecharla! Quería que los estudiantes estuvieran completamente involucrados, hablando entre sí, lidiando con preguntas interesantes, y explorando cualquiera y todos los recursos para encontrar respuestas y, aún más importante, más preguntas. 

Los materiales que tengo a mano para crear este ambiente son un factor complicado. La estructura física de los salones en los que trabajo simplemente no inspira el diálogo y el pensamiento crítico. Son manifestaciones físicas de la estrecha e ingenua suposición que el aprendizaje es simplemente recolección de información, hechos para que los profesores puedan llevar a cabo de manera efectiva la relativamente simple tarea de transmitir información. Cerca de quinientas sillas en filas ordenadas, orientadas hacia un escenario masivo. Un pequeño podio con un micrófono, un computador y un GyroMouse inalámbrico que controla los 786,432 puntos de luz en la inmensa pantalla que está al frente del salón. Como la mayor parte de las clases enseñadas en esta sala, mi curso de Introducción a la Antropología Cultural llena varios requerimientos, así que muchos estudiantes llegan con la esperanza de realizar el mínimo esfuerzo requerido para aprobar el curso e irse. La estructura del salón parece sugerir que los administradores de la universidad pueden tener un objetivo similar, pues el tamaño de la sala, su disposición y la tecnología son muestras de la eficiencia y oportunidad con la que podemos ahora proveer a los estudiantes con sus horas de clase requeridas. 

Nadie que valore en serio el aprendizaje podría ser menos que subversivo en tal ambiente, y yo he chocado constantemente contra esta estructura en mi búsqueda para crear un mejor ambiente de aprendizaje. Los estudiantes terminan sentados de espaldas sobre los espaldares de las sillas fijas, o trepando alrededor de ellas mientras intentamos crear un espacio más interactivo. En más de una ocasión he recibido llamadas de los encargados del mantenimiento, preguntando qué estaba ocurriendo en mi salón. Incluso he intentado darle el control de esos 786,432 puntos de luz en la pantalla a los mismos estudiantes, usando una mezcla de herramientas de software social como wikis, Twitter, Jott y Facebook para convertir sus celulares y laptops en una red local de aprendizaje. 

A un nivel más profundo, esto son poco más que simples trucos que, si bien permiten lograr una forma un tanto creativa e interesante de aprender, no son una razón para aprender. No abordan el problema más significativo, el del sentido. Neil Postman señaló este problema hace más de diez años en su provocativo libro, El final de la educación. 

El sentido y el significado son logrados sólo cuando nuestro aprendizaje se ubica dentro de una narrativa más grande, que nos motiva y nos guía. En el pasado, las narrativas religiosas podían servir a este propósito, así como las narrativas de progreso nacional. En ocasiones, las narrativas religiones y nacionales co-existían y se reforzaban mutuamente. En los Estados Unidos, estamos observando los últimos vestigios de estas grandes narrativas en las batallas legales sobre el rezo en las escuelas y los temores de que el país se “quede atrás”, pero la realidad es que, para una porción sustancial de la población, estas narrativas han estado muertas por un largo tiempo y ya no son útiles. Simplemente, no son lo bastante grandes para lidiar con un mundo crecientemente global, post-industrial y saturado por los medios, y no son lo bastante aterrizadas para superar el necesario y saludable escepticismo hacia las grandes narrativas, que encontramos en un público crecientemente diverso e informado. A medida que nuestro foco se mueve de lo nacional a lo global, nuestras grandes narrativas deben también hacerlo. 

Afortunadamente, hay una narrativa significativa que ha estado emergiendo a nuestro alrededor durante las pasadas décadas. Es raramente nombrada y por lo tanto, poco tenida en cuenta. No obstante, está allí, esperando a cualquier persona interesada en crear un ambiente de aprendizaje significativo para aprovechar y traer de regreso el sentido al salón de clase. Es una narrativa lo suficientemente grande para hacer que las otras parezcan pequeñas, y lo bastante aterrizada para pasar por debajo del radar de nuestro escepticismo frente a las grandes narrativas. Es la simple narrativa que nos dice que, más allá de nuestras narrativas provinciales, estamos todos interconectados, compartiendo un planeta, y que nuestro futuro depende de nosotros y de las próximas generaciones. En los años sesenta, Buckminster Fuller dio visibilidad a esta narrativa al popularizar el concepto de Nave Espacial Tierra (Spaceship Earth). 

Una revisión simple del estatus de la Nave Espacial Tierra puede dar sentido y significado a la educación, al permitirnos ver la imagen completa del mundo en el cual vivimos y co-creamos. Usando una ahora clásica metáfora, si imaginamos que toda la evolución humana ocurrió en la última hora, los últimos 500 años no son más que unas pocas décimas de segundo. Aunque estas últimas décimas nos han traído enormes avances tecnológicos, también nos han traído una inequidad global sin paralelo, las más mortales guerras de todos los tiempos, y una precaria situación ambiental. Nuestra población es 10 veces más de la que fue hace unas pocas décimas de segundo. Los 225 humanos más ricos del planeta tienen más capital que los 2.5 billones de personas más pobres en conjunto, y el 20 por ciento de los humanos más ricos representan el 86 por ciento del consumo y en promedio ganan más de 25.000 dólares al año. Mientras tanto, 1.2 billones de personas ganan menos de 1 dólar al día, y más de la mitad del mundo gana menos de 2 dólares al día. 

CUANDO LOS ESTUDIANTES RECONOCEN SU IMPORTANCIA EN AYUDAR A DAR FORMA AL FUTURO DE ESTA SOCIEDAD CRECIENTEMENTE GLOBAL, INTERCONECTADA, EL PROBLEMA DEL SENTIDO SE DESVANECE. 

Los humanos producimos comida suficiente para alimentar a todas las personas del planeta, pero al menos 800 millones de personas están con hambre. En el 2004, el gasto militar mundial fue de 950 billones de dólares. En ese mismo año, Worldwatch estimó que la atención a la salud reproductiva para todas las mujeres costaría apenas 12 billones de dólares; 19 billones, la eliminación del hambre y la mala nutrición; 10 billones, la provisión de agua potable para todos; y 13 billones, la inmunización frente a las enfermedades más comunes para cada niño del planeta. 

En estas últimas décimas de segundo, hemos creado una economía global basada en combustibles fósiles no renovables, los cuales desaparecerán en el siguiente segundo de nuestro reloj imaginario. El uso de estos combustibles ha aumentado los niveles de dióxido de carbono en casi 30 por ciento, el óxido nitroso ha crecido en alrededor de 15 por ciento, y las concentraciones de metano se han multiplicado por más del doble – todo lo cual contribuye a un incremento en la temperatura global que lleva al aumento de los niveles del mar, desiertos en expansión y tormentas más intensas. 

Tal vez lo más dramático, es que en estas últimas décimas de segundo de nuestro reloj metafórico los humanos hemos logrado la capacidad de, literalmente, detener el reloj y aniquilarnos. Que el reloj siga o no funcionando durante la próxima hora, dependerá en buena medida de los estudiantes que están en nuestros salones de clase hoy. No es una tarea pequeña la que enfrentan, pues puede requerir una reinvención casi completa de la manera en la que vivimos, y una revisión de cómo vemos el mundo y a nuestros semejantes. Cuando los estudiantes reconocen su propia importancia en ayudar a dar forma al futuro de esta sociedad crecientemente global e interconectada, el problema del sentido se desvanece. Pero simplemente decirles esta narrativa no es suficiente. La narrativa debe volverse generalizada en el ambiente de aprendizaje. Hay muchas formas de lograr esto. Terminaré presentando brevemente mi propio método: la Simulación Mundial. 

Cuando los estudiantes entran a mi salón, están entrando literalmente a un mundo diferente, que incluye toda la diversidad natural y cultural de nuestro propio mundo real. Un mapa del mundo es ubicado sobre un mapa del salón de clase, y se solicita a los estudiantes que se imaginen viviendo en el ambiente físico y cultural de la zona del mapa que les corresponde. Cada estudiante se vuelve nuestro experto residente en un aspecto específico de un lugar de nuestro mundo. El objetivo final del curso es relativamente simple: comprender cómo funciona el mundo. Pero en lugar de que yo les diga cómo funciona, los estudiantes trabajan juntos para diseñar una simulación de dos horas de los últimos 500 años de historia mundial, usando objetos como moneda, recursos naturales, y otros elementos que recrean el sistema mundial. 

Surgen preguntas sobre cada aspecto específico de esta simulación, y como no lo sé todo y la simulación pretende simular todo, estoy en la maravillosa pero incómoda posición de no saber exactamente qué estoy haciendo pero aprendiendo felizmente por el camino. Mi trabajo se vuelve menos acerca de enseñar, y más acerca de alentar a los estudiantes a acompañarme en esta búsqueda. 

Los estudiantes graban la simulación en veinte cámaras de video digital, y colectivamente editamos el material para obtener un video de “historia mundial” usando clips de historia real para ilustrar las correspondencias. Vemos el video juntos durante la última semana de clase mientras contemplamos nuestro mundo. Para entonces, parece como si tuviéramos el mundo entero en frente a nosotros en un único salón de clase – profundas diferencias culturales, profundas diferencias económicas, profundos retos para el futuro... y una humanidad. Nos descubrimos como co-creadores de nuestro mundo, y el futuro depende de nosotros. Es en este ambiente que incluso las peores preguntas adquieren todas las características de las mejores: ¿Qué necesitamos saber para este examen? 

Llamado “the explainer” por la revista Wired, Michael Wesch es un antropólogo cultural de la Universidad del Estado de Kansas, quien explora los impactos de los nuevos medios en la interacción humana.    Sus videos sobre tecnología y educación han sido vistos más de seis millones de veces.  También es un profesor ganador de múltiples premios, cuyos proyectos de enseñanza han sido presentados en Chronicle of Higher Education y otros grandes medios a nivel mundial.

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